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LA AUTO-ESTIMA DE LOS DERMATOLOGOS
(Para la Revista Boliviana de Dermatología)
Al aceptar la gentil invitación de mi distinguida colega y ex colaboradora, Dra. Ana Gladis Miranda de Carrasco, de escribir para la Revista Boliviana de Dermatología, he pensado que el mejor servicio que puedo dar a los colegas del hermano país, es narrarles “la pequeña historia” [1] del inicio de la Fundación Internacional de Dermatología (FID) y algunos de sus logros principales en los últimos 17 años, desde que fue establecida oficialmente por la Liga Internacional de Sociedades Dermatológicas (LISD) en el Congreso Mundial de Dermatología en Berlin en mayo de 1987. Estimo que es una iniciativa de inmenso contenido social, de responsabilidad colectiva en problemas médicos que nos competen, en un ámbito internacional, en el cual jamás habíamos participado con anterioridad, y que los dermatólogos del mundo entero hemos hecho méritos no sólo al crear la FID, sino también al responsabilizarnos económicamente por su dirección, su futuro y buen funcionamiento, dando así un ejemplo digno de estudio y de ser imitado como modelo a seguir por otras especialidades y ramas de la medicina. Es la historia de unos pocos hombres y mujeres dedicados al bien común, que tomaron esa sereia responsabilidad bajo sus hombros y la han llevado a feliz término. Es la “pequeña historia” que no trasciende pero que debe ser conocida, divulgada y entendida, pues las ideas son contagiosas, y bien vale la pena intentar de que sean las buenas ideas las que se extiendan y prosperen.
Pienso que la imagen actual del dermatólogo en la sociedad contemporánea está un poco desdibujada, de cierta manera injustamente castigada, y bastante distante de la realidad, siendo identificada muchas veces con el médico que se ocupa de mantener la belleza y juventud de la piel, en vez de pensar que es también quien atiende a los enfermos de lepra, sífilis, leishmaniasis, psoriasis, pénfigo, melanomas malignos y tantas otras enfermedades de grave pronóstico y de manejo harto complejo y delicado.
Por ello creo que esta pequeña historia de la FID nos ayuda a recuperar esa “auto estima” tan importante para entender bien el papel que nos toca desempeñar en la sociedad contemporánea, y que hemos sabido asumir con entereza y coherencia ya demostrada con las iniciativas que paso a describir, durante más de tres lustros.
Como muchas otras realizaciones el éxito alcanzado se debe, al menos en parte, a una serie de coincidencias favorables, que trataré de expresar sucintamente.
Hasta 1987 la LISD prácticamente limitó sus acciones a organizar un congreso internacional cada cinco años, esencialmente se trataba de una actividad educativa del más alto nivel que ha contribuido sin duda a mantener los más elevados estándares para la especialidad durante los últimos 115 años, ya que el primer congreso se celebró en París en 1889, actividad educativa ésta, muy importante para los colegas dedicados a nuestra especialidad, que los beneficiaba directamente pues actualizaban allí sus conocimientos, y que reunía por unos días a los más destacados dermatólogos permitiéndoles intercambiar valiosa información científica y de carácter clínico.
Con los grandes avances en materia de transporte y comunicaciones, ya es imposible vivir ignorando lo que sucede en otras partes del mundo y se hizo evidente que existían enormes asimetrías, entre otras en materia de salud, entre los países desarrollados del primer mundo y los países en vías de desarrollo del tercer mundo, y que ya los primeros no podían dejar de advertir esas desigualdades e injusticias, o bien pretender que era asunto de la exclusiva competencia de los respectivos gobiernos de los nuevos países soberanos. Los dermatólogos (al igual que otros especialistas en otras ramas de la medicina) teníamos algo que decir cuando de enfermedades de la piel se trataba y era necesario encontrar los medios y maneras de participar en las decisiones que sobre esta materia había que tomar en los países más necesitados, donde no existía ese recurso humano representado por los colegas especializados en dermatología.
Esa “conciencia internacional” para influir en las “políticas públicas” en materia de salud ha venido penetrando progresivamente nuestro gremio, y podemos considerarnos afortunados de que la dermatología como especialidad fue una de las pioneras en asumir esa responsabilidad.
Cuando regresé a Venezuela después de especializarme en dermatología en los Estados Unidos me dí cuenta de que los esfuerzos en materia de investigación médica a nivel mundial se centraban en aquellas enfermedades prevalentes en los países del norte, y que por razones económicas y de mercado, las compañías farmacéuticas, que financiaban ese tipo de investigación, tenían muy poco interés en esas enfermedades propias del trópico, que en adición a las primeras constituían parte importante de nuestra carga patológica. Recuerdo que cada vez que tenía una oportunidad me quejaba de esa situación en los foros internacionales y ante mis amigos y profesores cuando los visitaba en viajes al exterior. Cortésmente todos me oían con interés pero en su fuero interior tal vez estarían pensando que ese problema no les concernía. Tal vez la pandemia del SIDA al inicio de la década de los años 80 contribuyó a demostrar fehacientemente que ningún país estaba protegido o podía establecer un eficiente cordón sanitario para impedir enfermedades como ésta, y que no existían medios para predecir futuras irrupciones de enfermedades desconocidas hasta el momento.
Reconocimiento especial en ese proceso gradual y cuesta arriba de “sensibilizar” a nuestro gremio en esta toma de conciencia a nivel mundial, de la magnitud de la problemática de las enfermedades de la piel en los países subdesarrollados, hay que darlo al Dr. Darrell Wilkinson quien interesado por esas enfermedades “exóticas” [2] y consciente del problema de lo que significaban para los países del tercer mundo y de la ausencia de interés científico por ellas, concibió la posibilidad de interesar a las sociedades de dermatología de todos los países (LISD) en involucrarse en el problema estableciendo una nueva fundación, dirigida y financiada por la Liga, lo que como ya hemos mencionado finalmente ocurrió en Berlin en 1987.
Los organizadores de ese congreso y especialmente su Presidente y su Secretario General, los Dres. Gunter Stuttgen y Constantin Orfanos, habían obtenido fondos de instituciones oficiales alemanas para invitar al congreso de Berlin a dermatólogos de los países más pobres (la mayor parte de ellos del Africa sub-zahariana), cubriendo sus gastos, y aprovechando esa estadía, convocaron a una reunión de una semana antes del congreso para discutir temas de interés común. Fui invitado a esa reunión y allí conocí y tuve la oportunidad de trabajar esos días con el Dr. Henning Grossmann, dermatólogo alemán quien venía de residir varios años en Tanzania, y era uno de nuestros anfitriones, como ejecutivo de la institución patrocinante del evento. Esa reunión previa al congreso fue muy importante pues allí pudimos enterarnos de viva voz de la ingentes necesidades de los países del tercer mundo y muy especialmente de los países africanos, y esa toma de conciencia sirvió como argumento principal para establecer la nueva FID.
Cuando finalmente se constituyó la FID, me eligieron como miembro de su Junta Directiva y dio la casualidad de que su presidente era el Dr. Alfred (Al) W. Kopf, mi compañero de estudios de postgrado en New York University (1952-1954). Al conocerse nuestra designación Al me llamó y me dijo: “Bueno ya te diste tu gusto, ahora tenemos que reunirnos para decidir que vamos a hacer con la nueva institución”. Mi inmediata recomendación fue desde luego ponerlo en contacto con el Dr. Henning Grossmann, pues cualquiera que fuese la dirección que le diésemos a la nueva fundación, debíamos tomar en cuenta la experiencia acumulada por este colega, auténtico médico misionero, de gran sensibilidad humana y profundamente comprometido con la suerte de los habitantes de Tanzania, donde había vivido y trabajado como médico largos años antes de regresar a Alemania.
Esa simbiosis intelectual y operativa entre los Dres. Kopf y Grossmann iba a probar ser la clave del éxito del proyecto bandera y prototipo de la acción de la FID durante los siguientes tres lustros. Fue una “corazonada” que probó ampliamente sus ulteriores méritos.
El siguiente paso a dar estaba determinado por dos enormes interrogantes: ¿cuál era el país más necesitado de nuestra ayuda? y, ¿cómo podíamos estar seguros de que ese proyecto sería bien recibido por el gobierno del país elegido?
Nos separamos al final del congreso de Berlin, sin tener todavía las ideas claras de lo que debíamos hacer y desde luego con promesas de apoyo económico, para nuestras futuras acciones, pero sin un solo centavo en la cuenta en el banco.
Quizo el destino que al regresar a Venezuela el Presidente de la República, me ofreciese la Embajada de Venezuela en Gran Bretaña y que yo aceptase ese reto de separarme de mi ejercicio profesional para servir a mi país, y se diera así la favorable circunstancia de que ya el siguiente mes de octubre de 1987 me encontrara en Londres y en capacidad de ayudar a la FID en la escogencia del país africano (no abrigábamos dudas acerca del destino “africano” de nuestro primer proyecto, dadas las terribles condiciones de todo el Africa sub-zahariano), puesto que la mayoría de esos nuevos países habían sido colonias británicas y mantenían en Londres sus más importantes representaciones diplomáticas. Al Kopf se trasladó a Londres y se unió al Dr. Terence J. Ryan de Oxford y a mi persona, en esa misión de buscar y encontrar el país más necesitado por una parte, pero –y esto era muy importante- deseoso de recibir la ayuda, por la otra parte, ya que es bien sabido que el récipe seguro para el fracaso está en tratar de imponer algo que no se percibe como necesario o conveniente.
Fue realmente una aleccionadora experiencia esta búsqueda y escogencia, pero por razones de espacio no puedo extenderme en narrarla, baste decir aquí que finalmente nos inclinamos unánimemente por Tanzania. Desde luego uno de los factores a tomar en cuenta era la experiencia previa del Dr. Grossmann en Tanzania, y que él estaba dispuesto a regresar a ese país y a tomar en sus manos la dirección del proyecto, contando para ello con el respaldo económico de la fundación alemana para la que trabajaba, decidida a apoyarnos manteniendo el salario y demás prestaciones de su funcionario.
A diferencia del Dr. Grossmann los demás directores de la FID no conocíamos a Tanzania y sólo habíamos visto su territorio en el mapa de Africa y sabíamos que con más de 35 millones de habitantes tenía un solo dermatólogo calificado en la capital Dar es Salam, e igualmente estábamos conscientes que más del 30% de la población infantil sufría de enfermedades de la piel (la inmensa mayoría de ellas curables, pero para lograrlo tenía que existir previamente el recurso humano con los conocimientos mínimos para lograrlo). En pocos días, gracias a mis contactos con la industria petrolera británica, se logró organizar un breve viaje de inspección in situ con el apoyo logístico de BP y se escogió el pueblo de Moshi en la zona noreste del país, a los pies del impresionante Kilimanjaro con su imponente corona de nieves perpetuas, y se buscó y obtuvo una ventajosa alianza estratégica con el hospital general ya existente en el lugar.
Todo estaba por hacer, lo único que teníamos era un lote de terreno adyacente al hospital ya existente.
Por supuesto el objetivo fundamental era formar el recurso humano que pudiese entender y solucionar el problema al más corto plazo, no sólo para Tanzania sino para los otros países de la región. Después de intensivas discusiones con los gobiernos de dichos países se optó por un programa de dos años para formar allí Diplomados como Asistentes Médicos.
De allí en adelante la labor, muchas veces heroica -y créanme que no estoy exagerando- de Grossmann y Kopf (siempre ayudados por Ryan) ha hecho posible ese “milagro” del Centro Regional de Entrenamiento Dermatológico de Moshi, en Tanzania. Grossmann dirigiendo localmente todas las operaciones, desde la primera piedra de la consulta externa hasta las residencias para los estudiantes, farmacia, laboratorios, biblioteca, etc. y coordinando todas las actividades docentes, asistenciales y de investigación que allí se llevan a cabo todo el año, y Kopf y Ryan agenciando sin descanso los fondos para poder mantener el proyecto a flote (estimados en más de dos millones de dólares hasta el presente).
Un tiempo después se puso en práctica otro modelo de acción en la parte rural de Guatemala, esta vez destinado a las enfermeras.
Por razones de espacio no puedo extenderme en la descripción de lo que han sido estas notables iniciativas, pero gracias a Internet los interesados pueden consultar los detalles en la página Web de la FID: www.ifd.org y estoy seguro quedarán sorprendidos y maravillados con la magnitud del esfuerzo realizado y de los logros obtenidos.
Quiero terminar señalando a los compañeros bolivianos, especialmente a los colegas más jóvenes, que el mensaje a leer de esta sucinta pero emocionada narración es que el poder de la convicción no tiene límites y que gracias al esfuerzo y determinación de unos pocos hombres y mujeres, que con gran voluntad comprendieron el llamado de la gente más pobre y humilde del mundo, se ha llevado a cabo una gran obra. Nuestro eterno agradecimiento debe estar comprometido con los Dres. Grossmann, Kopf y Ryan por lo mucho que han hecho y logrado en estos 17 años, poniendo muy en alto el nombre y prestigio de la dermatología.
Francisco Kerdel Vegas
francisco@kerdelvegas.com
7 de diciembre de 2004
[1] Por “pequeña historia” entendemos aquellos eventos, muchos de ellos de índole personal, que no figuran en la descripción oficial de la institución, pero que generalmente tienen una marcada influencia en el desarrollo de los acontecimirentos.
[2] Exótico es el calificativo utilizado por los franceses para designar las enfermedades del trópico; ciertamente “exóticas” para ellos en Francia pero no para los habitantes de esta extensa región del planeta..